
No es un oficio que genera riqueza, pero sí la felicidad de ayudar a quienes no pueden tener electrodomésticos nuevos.
Washington Narváez Ortiz es de esos reparadores que ya casi no se encuentran en la ciudad de Esmeraldas. Heredó el oficio de su padre, y desde entonces, lo ha honrado reparando electrodomésticos, en especial ventiladores. Desde hace casi 20, tiene su rincón de trabajo en las calles Colón y Batallón Montúfar, justo frente al colegio Luis Vargas Torres. Ahí, bajo una tolda y sentado en un banquito, da vida a lo que muchos desechan.
El local, modesto pero esencial, se distingue por la fila de ventiladores que ocupan parte de la vereda en el día, y que en la noche deben ser ingresados uno a uno. En Esmeraldas, una ciudad calurosa del Ecuador, los ventiladores son casi un bien de primera necesidad. Por eso en ocasiones no se da abasto y tiene que trabajar incluso los domingos.

El maestro Washington, el de los ventiladores, como lo llaman sus clientes, junto a su hermano, repara motores, licuadoras, planchas… y si no hay repuesto, lo inventa: toma piezas de otros aparatos dañados y logra que funcionen.
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Pocos quieren ser reparadores
“Lo que me preocupa es que ya casi nadie quiere aprender esto, porque ahora los electrodomésticos son tan comerciales que prefieren comprarlos nuevos, aunque duren poco”, dice algo resignado. Pero no se queja. Sabe que con su oficio ha ayudado a educar a su familia, y aunque en broma dice que solo le ha alcanzado para comprarse una bicicleta, no está dispuesto a dejar su oficio, siempre y cuando le quede un tiempo para ir a jugar fútbol junto al mar de Esmeraldas.
De joven soñó con ser futbolista, también pensó en ser militar —donde estuvo un tiempo— e incluso probó con ser profesor, pero la muerte de su padre lo llevó a decidirse por completo por el camino del taller. Desde entonces no ha parado, ya son 30 años en el oficio que no lo ha hecho rico, pero sí le ha dado dignidad, identidad y una rutina donde cada arreglo es un acto de persistencia.


Washington Narváez es parte de ese grupo de esmeraldeños que, sin hacer ruido, sostienen a su comunidad con herramientas simples y corazones grandes. Esta es su historia que suma a los Relatos Esmeraldeños, una iniciativa que reconoce y celebra a quienes mantienen viva la esencia de nuestra comunidad.