
Su lugar de trabajo es una vereda. Anhela tener un local antes de jubilarse.
A sus 67 años, Cibal Jama Capurro sigue firme en su oficio de zapatero. Lo hace sin máquinas, desde una banca de madera, con aguja, hilo, vela, betún, cera y una mesa desgastada que sostiene su historia, desde hace unos 30 años. Usa llantas recicladas para hacer suelas resistentes, y entre risas dice que nunca ha recibido zapatos con “pequeca”.
Comienza su jornada a las 8 de la mañana, y aunque la lluvia le complica, ahí está, bajo una carpa plástica, remendando vidas paso a paso de quienes caminan por la esquina de Batallón Montúfar y Eloy Alfaro, en Esmeraldas, donde tiene su taller. La demanda ha bajado tanto que ha llegado a estar hasta tres semanas sin un solo cliente. Por eso, a veces tiene que fiar la comida o el arriendo del pequeño espacio donde guarda sus herramientas: un dólar diario.

Recuerda con nostalgia cuando, en tiempos del Sucre, ganaba 50 mil semanales (hoy equivalentes a dos dólares), pero alcanzaba. Hoy no supera los 15 dólares, y a veces solo espera reunir 5 para comer.
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Seguirá en lo suyo
Cibal, quien en ocasiones no oculta su molestia con aquellos que le fijaron y no le pagaron por su trabajo, dice que le gusta lo que hace y seguirá ayudando a quien se lo merezca. Al preguntarle ¿hasta cuándo seguirá con su oficio?, responde que hasta que las fuerzas se lo permitan, pero cree que será hasta los 70, sin embargo, anhela con fuerza tener un lugar bajo techo donde sentarse a seguir cosiendo. Porque, aunque parece poco, su trabajo sostiene más de lo que se ve.


Cibal Jama Capurro es parte los esmeraldeños que siguen con su oficio, pese a que muy pocos requieren su servicio, porque los zapatos son más comerciales que resistentes. Su historia forma parte de esos oficios que perduran por eso lo mostramos aquí en Relatos esmeraldeños.
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